10 abr 2010

Un Beso a escondidas

Cuando imagino mi vida, entrecierro los ojos y veo un inmenso laberinto. Al pensar en el pasado, recorro nuevamente sus caminos. A veces la memoria es esquiva y quedan senderos oscuros, como cubiertos de bruma, y otras, puedo ver más claro. En esos momentos el paisaje se presenta luminoso, completo. Me gusta quedarme unos minutos disfrutando situaciones que al vivirlas, no les dí, el mismo valor, ni el mismo sentido, que le doy ahora mismo, como las viejas fotografías que cambiaban de color con el paso del tiempo, las vivencias van adquiriendo, otros significados a la luz del presente. Esta es la historia de un tramo en el camino, compartido con dos personas que conocí muy bien, una de ellas ya no está y la otra, ya no es la misma.

A veces, pienso que la mente se parece a una caja de música, que recibí como regalo, en mi infancia. Tenía distintos espacios, uno para el alhajero, con varios cajones, otro que encerraba el mecanismo, que producía el sonido, una tapa con espejo, un sector donde una pequeña bailarina giraba; mientras se escuchaba la imitación de una
celesta, un lugar con un llave, para dar cuerda y varios recovecos, donde el polvillo parecía querer quedarse a vivir.

Por varias razones, cuando recuerdo a esta pareja, pienso en mi caja de música. En algún momento, casi al final del camino para Él, se encontraron. Los unió el amor por la música clásica, especialmente de celesta. Bailaron al compás de sus deseos, como la bailarina, los minutos que dura la melodía, en esos juguetes. Se amaron intensamente, como si hubieran presentido que el tiempo de estar juntos, sería breve. Después Él se perdió, algo en su mente, se desconectó. Fueron desapareciendo: capacidades, movimientos, recuerdos cercanos, palabras y se llenó de ternura, docilidad, recuerdos de la niñez, necesidad de compañía, alegría por las caricias de sus hijos, suspiros, quietud, silencios, olvidos…

Entre las situaciones que olvidó, estaba todo lo relacionado con Ella, que pasó a ser para Él, una de las tantas personas extrañas que lo cuidaban. Estaban en la misma cajita de música pero en distintos espacios, Ella buscaba conectarse con Él, continuamente, sin lograrlo. Era como si, cuando Ella daba cuerda, Él estaba en el alhajero. Cuando Ella llegaba al alhajero, Él estaba mirando a la bailarina, tratando de entender que pasaba, con la mirada en el horizonte.

Una tarde, Ella lo acompañó a hacerse vapor. Debajo de un gran toallón las cabezas se rozaban, Ella soplaba el agua , para aumentar el humo tibio y exageraba las inhalaciones para que Él la imitara, ahora comprendía más los actos que las palabras. De pronto Él , imprevistamente, la besó en la frente, sobre el cabello empapado de sudor, Ella interrumpió para mirarlo a los ojos y Él volvió a besarla, ésta vez en los labios, con una suavidad infinita. Ella lo miraba con sorpresa, mientras él siguió con los ojos cerrados, por un rato. Al abrir los ojos, Él la miraba con esa picardía del chico que roba un beso, y espera la respuesta de la chica, sonriendo, expectante para ver como reacciona. Hacía meses que no la reconocía. Ahora la miraba como antes, como si volviera de un viaje. Por un momento, estaban en el mismo espacio, volvían a escuchar la misma melodía. Sonrieron debajo del toallón, hasta que El la miró sin entender que pasaba, inquieto, sus ojos se ensombrecieron y de un gesto brusco trató de pararse. La conexión había terminado, su mente volvía a hundirse en su propio caos. Rápidamente Ella retiró el toallón y el recipiente para evitar que se quemara. Se acercó para asistirlo, Él la miraba con el miedo y la desconfianza típica de alguien que desconoce a la persona que lo ayuda pero dejándola hacer, por temor a caerse.

Nunca más volvieron a encontrarse ni sus labios ni sus miradas como esa tarde. Pero esa conexión, alma con alma, además de ser mágica, duró un minuto eterno.

SIL

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