7 abr 2010

EL ACCIDENTE


Claudia terminó de arreglarse. Se miró en el espejo. La imagen que la devolvía era la de una mujer joven, con una media melena rubia y unos grandes ojos marrones, que Ernesto decía tenían irisaciones violetas cuando estaba feliz. Se había puesto un escotado vestido negro que realzaba su figura y hacia detener la mirada en su cuello.
Miró el reloj, ya no tardaría, le había dicho que tomaría el avión de las seis para estar en casa sobre las ocho. Cenarían ellos dos solos y luego habían quedado para tomar unas copas con los amigos. Con los mismos amigos que hacía cinco años los habían presentado. Hoy no solo celebraban su cumpleaños, sino también su aniversario.
Es verdad, piensa, nos conocimos el día que yo cumplía cincuenta años. Me sentía muy deprimida. Eso de cambiar el nueve por el cero, siempre me deprimía. Mis amigas me habían preparado una “fiesta sorpresa”, a la que no tenía ninguna gana de acudir, pero no podía hacerles ese desaire.
Amiga de sus amigos y también de los menos amigos no podía defraudarles. Nada mas llegar al restaurante se le presentaron. Era la única persona de los presentes al que no conocía. Se trataba del delegado general de la empresa donde ella desempeñaba el puesto de responsable del departamento de RR.HH. desde hacía ocho años.
Enseguida congeniaron. Empezaron a salir. El hacía ocho años que se había separado de su mujer, con la que seguía manteniendo una buena relación y ella había enviudado hacía cuatro.
Vuelve a mirar el reloj. Ya tenía que haber llegado. Hace intención de llamarle por teléfono, pero luego piensa que si esta conduciendo no va a contestarla. Pone la televisión y se sienta en el sofá. Toma el portátil. Lo abre. Empieza a buscar unos documentos que tiene que terminar para el lunes. No se concentra. Empieza a intranquilizarse. En la televisión están diciendo algo de un accidente. Apaga el ordenador y presta atención. Efectivamente ha habido un choque en cadena en la Autopista de Barajas. Pero por la hora no puede haberse visto involucrado Ernesto. Tiene que estar a punto de llegar.
Suena el teléfono. Le tiembla la mano cuando levanta el auricular.
- Es Claudia – pregunta una voz masculina
- Si ¿quién llama? – responde
- Claudia no creo que me recuerdes. Nos vimos una vez hace un par de años. Soy el hijo de Ernesto, Ernesto Jr., como tú dijiste.
- Ah, si recuerdo – Un presentimiento la recorrió todo el cuerpo - ¿Le ha pasado algo a tu padre?
- Si, ha tenido un accidente. Dame tu dirección y paso a buscarte de inmediato. Esta en el hospital.
- ¿Pero es grave? – pregunta angustiada. Las lágrimas le ahogan.
- Un poco. Voy para allá
Han echado la última paletada de tierra sobre el ataúd. Nunca he podido soportar el ruido de la tierra cuando choca con el ataúd. Me recorre un escalofrío por el cuerpo. Desde la primera vez que asistí a un enterramiento pensé que yo no quería ser enterrada en la tierra, en un nicho o incinerada era otra cosa.
Entre los amigos que se acercan a darme el pésame, hay personas que no conozco, seguramente amigos de Ernesto, quizá familiares. Mi jefe, compañeros de Barcelona y Madrid. Ernesto Jr se acerca con una joven
- Supongo el mal momento que estas viviendo – me dice – Ella es mi hermana. Mi padre nos hablaba mucho de ti. Era muy feliz contigo. A mi madre le gustaría saludarte.
- No tengo inconveniente sé que se quisieron mucho y que a pesar de su separación seguían siendo amigos.
A un gesto se acerca una mujer. Va completamente de negro y en sus ojos se nota lo mucho que ha llorado. Me tiende la mano. Yo me acerco y nos fundimos en un abrazo.
- Gracias Claudia supiste hacerle feliz, es lástima que la muerte nos lo haya arrebatado. Si necesitas algo cuenta con nosotros.
La gente se va marchando. Me acerco al coche de Amalia que me esta esperando. No quiero volver a casa. No, de momento. Quiero perderme unos días y pensar. Pensar.
Claudia cierra la puerta de su casa tras ella. Por fin esta en su casa. Su casa es su refugio, esta segura que ahora se sentirá mejor. Deja el bolso y el abrigo sobre su cama y se dirige al cuarto de baño. Abre los grifos. Hecha las sales y el jabón y deja que la bañera se llene de espuma. Es lo que mas necesita en estos momentos un reconfortante baño. Le cuesta trabajo abrir la puerta del salón, pero por fin lo hace. Sobre la mesa el ramo de rosas que él le había mandado, Marchitas. El jarrón sin agua y la tarjeta. La tarjeta que acompañaba a las flores

Felicidades mi amor. Nos vemos para cenar. Pon el champán a enfriar para cuando volvamos. Te quiero.

Ha pasado dos semanas en casa de una amiga. Ernesto no pudo sobrevivir a las graves lesiones que sufrió en el accidente. El ruido de las paletadas de la tierra sobre el ataúd la va a volver loca, no puede soportarlo. Se dirige al salón tira las rosas.
Siente un ruido. La llave en la cerradura. El timbre. Se sobresalta. En la televisión hay un programa de bailes. Vuelve a sonar el timbre. En su cabeza siguen sonando las paletadas de la tierra sobre el ataúd. De nuevo el timbre, ahora con insistencia. Se levanta del sofá y va a la puerta. Descorre el cerrojo.
- Hola cariño ¿porqué has echado el cerrojo?
Claudia le echa los brazos al cuello y empieza a llorar desconsoladamente.
- ¿Qué te sucede? Estabas preocupada. Sé que tenía que haberte llamado. Había un lío enorme en la autopista. Creo que había habido un accidente.
Cogidos de la mano entran en el salón. Ernesto sigue besándola. La acaricia el pelo.
- Me había quedado dormida en el sofá – acierta a decir Claudia aún sollozando – y he tenido un horrible sueño. Eras tú el que habías tenido el accidente.
- ¿Fuiste por fin al entierro del “gran jefe – le pregunta Ernesto, mientras se acerca al mueble y prepara dos copas.
- Sí – contesta Claudia – y aún retumba en mis oídos el ruido de las paletadas de la tierra sobre el ataúd. - Lo he pasado muy mal, sabes que no me gustan los enterramientos. Y luego las imágenes del accidente…
- Tranquilízate ya estoy aquí. Tomate la copa y cenamos. Voy a llamar que no nos esperen. Celebraremos solos tu cumpleaños y nuestro aniversario.

Carmen Navarro

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