6 mar 2010

EL CHICO DEL ANUNCIO

Todos los días escribir tres ideas, tres personajes y un paisaje, para luego mezclarlos en una coctelera y con la tercera idea del segundo día, el primer personaje del cuatro día y un paisaje del primer día, confeccionar un relato de folio y medio, ¡como si fuera tan fácil¡
A mí se me ocurren relatos, pero no con el personaje del segundo día, con la idea del cuarto, etc. Veo a una pareja de músicos en el metro y escribiría sobre ellos, pero no situándolos fuera del entorno en que me los encuentro.

EL CHICO DEL ANUNCIO

Así por ejemplo aquí tengo un relato que no tiene nada que ver ni con las ideas, ni con los personajes ni con los paisajes de ningún día, sino que me ha salido así como así.
Estando en el andén del metro y mientras esperaba que llegara el convoy, que tardaba, por cierto más de lo habitual, me fijo en el cartel que tengo enfrente, donde un chico estupendo de mirada lánguida, rubio con raya al lado y pelo engominado, ojos oscuros y tenue barba, como de no haberse afeitado para posar, de estilo muy inglés, me miraba insistentemente y cuando quiero apartar la vista me resulta imposible, tal es su magnetismo. Lo que más me atraen son sus labios carnosos y esa sensualidad que irradia recostado en un magnífico sofá de piel, con su traje impecable, que es precisamente lo que pretende vender.
Tan extasiada estaba contemplándole que no me di cuenta que llegaba el tren y se me cerraron las puertas en mis narices, por lo que tuve que continuar allí plantada esperando el siguiente. Entro en el vagón pero mi mirada sigue fija en él, hasta que el negro túnel me traga.
Al llegar a la siguiente estación lo primero que veo es el dichoso anuncio y lo mismo en la siguiente y en la otra y en la otra, todas las estaciones están llenas del chico del sofá que me mira insistentemente cada vez que paso. Porque no me cabe duda de que es a mí a quien mira y no sólo me mira, sino que yo creo que incluso me sigue con la mirada hasta que el vagón desaparece. Cuando he llegado a mi estación estoy tan obsesionada por el modelo en cuestión que creo que voy a soñar con él.
Llegó a casa y allí está en el sofá, en mi sofá, que no es de piel chéster, tan inglés en el que estaba recostado en el metro, pero que también es muy cómodo. Está tal como en el anuncio sentado lánguidamente sin habérselo movido ni un pelo, sin una arruga en el traje, con su pajarita perfectamente anudada y su chaleco. Me mira y me sonríe y ahora estoy segura que era a mí a quien miraba en todas las estaciones y que no eran ilusiones mías, me sonreía.
- Hola, me dice con una voz dulce pero varonil, una voz que acaricia.
- ¿Qué haces aquí? – le pregunto
- Quería tomar una copa contigo y como no he podido hablarte en todo el trayecto que has recorrido, he pensado que lo mejor era venir a tu casa.
- ¿Y cómo has llegado?
- Ya ves. Solo hay que desear una cosa para que suceda ¿Tu no querías pasar un rato conmigo? Pues tu deseo se ha hecho realidad y aquí estoy. ¿Tomamos una copa de champan?
- No tengo, en todo caso una Coca-Cola laight o una cerveza sin alcohol.
- Tu ponte cómoda.
Se va a la cocina y al momento aparece con un carrito en el que hay una botella de champan, un par de copas y un cestillo con fresas. Ante mi asombro sonríe, descorcha la botella con suma elegancia, sin ruido y sin que el tapón se cargue un cristal de la lámpara y escancia el rubio líquido en las dos copas
- Por nuestro encuentro.
- Porque no olvides nunca este día y para que no dudes que las cosas que se desean ardientemente siempre suceden. Hay sueños que a veces se cumplen, los sueños bonitos.
De repente todo desaparece, el carrito, las copas, el cesto de las fresas, y el chico, entro en casa y no hay nadie en el sofá. Todo esta oscuro hasta que enciendo la luz. No hay nadie en sofá, los cojines desordenados como acostumbro a dejarlos y todo igual que cuando salí por la mañana.
Al día siguiente cuando bajo al andén del metro nerviosa porque voy a volver a verle, me encuentro que han desaparecido todos los carteles de la estación. Llegó a la siguiente y lo mismo, y lo mismo en la otra, y asi en todo el trayecto. Cuando salgo del vagón en mi estación de destino, sorpresa veo un cartel, pero ¡!Falta el chico de mirada lánguida¡¡ aparece en blanco el sitio del sofá donde él estaba ayer sentado. No puede ser. ¿Me estaré volviendo loca con tanto inventar historias?. Pero al subir las escaleras me cruzo con él, porque es él, me mira, me sonríe, me guiña un ojo y desaparece.
Carmen Navarro

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