13 mar 2010

PARTIR ES MORIR UN POCO.


Por: JESUS CHECA ESPAÑA.


La vida, es un conjunto, una memoria, una esperanza, un punto y con esta base voy a empezar unos rasgos que tengo sobre los recuerdos dentro de un archivo donde habitan en mi memoria. En las redes de mi cerebro voy pescando algunas semblanzas que ya se están volviendo herrumbrosas igual que esos pórticos triunfales ya viejos que nadie abre ni cierra por temor a derrumbarlos.
En los vericuetos de mis neuronas se han quedado azotando los recuerdos que me causan eso que los portugueses llaman “saudade” que es una mezcla de melancolía, tristeza, soledad, nostalgia y amargura por alguien de quien llevo tatuado su nombre de Roalba y su recuerdo en cada centímetro de la piel. Debo ir dibujando el tiempo sobre un espacio cuasi infinito para recordar a una mujer toda llena de amor, nobleza, bondad, sencillez, dulzura y belleza. Tengo una madeja de remembranzas cuya deshilvanada a veces se vuelve muy delgadita y se rompe; es entonces cuando empieza ese ovillo a soltarse de manera desigual y los pensamientos logran entrelazarse, pero la idea es armar el rompecabezas y darle alguna forma pues mi remanente de recuerdos puede quedar en saldo rojo, sin embargo aquí va el relato corto.
Estábamos junto al mar, a ese mar inmenso y tropical. A poca distancia una nave marinera esperaba pasajeros para partir. Rosalba sonreía callada. Sus hermosos labios rojos estaban entreabiertos un poco curvados dibujando un bello arco por donde pasaban todas las despedidas, Había un rictus con sabor a verbena amarga entre su boca que la quise besar . Rosalba, dije y la atraje hacia mì con ansia, con dolor, con amargura pero con todo el amor que me inspiraba esta mujer de toda mi vida.
Suavemente la besé, con un beso tibio, sin el afán de poseerla. Los médicos le habían informado que su enfermedad era terminal.
El muelle aparecía casi desierto porque todos los pasajeros ya habían abordado el barco y unas pocas personas miraban hacia el puente y hacia los pasillos de la nave en busca de personas amadas y familiares.
Rosalba tenía una pena muy honda pero sonreía con un atractivo femenino encantador. Yo no quería renunciar a su amor, pero ella debía partir para morir un poco.
Su mal estaba escrito con jeroglíficos en los libros que llevan los galenos quienes habían sentenciado un adiós para siempre que marcaba al rojo vivo mi corazón.
Once años de amores placenteros asaltaban y robaban nuestros recuerdos.
Serenatas de amor frente a su balcón, boleros en la noche y una “tontina” hermosota forrada en una piel aterciopelada, poseedora de una inteligencia envidiable, profesional ayudante de cirujanos, cuidandera de enfermos, enfermera del alma y del cuerpo.
A esa mujer grandiosa me la quitaba el destino.
Había un placer doloroso en toda la escena, una pena sonriente que nunca había experimentado me dejaba sin palabras. Yo la abracé, la besé y ella me devolvió ese beso del adiós. Se fue separando de mi, dejándome los brazos y en mis manos la sensación de estar ciñendo la redondez de su figura y la elasticidad de su cintura… Me iba despellejando con su adiós.
La bocina del navío pitò por última vez y ese ruido lo llevo clavado en mi cerebro.
Yo estaba entregado a la voluntad y a los secretos de sus bellos ojos azules. Se estremecía mi corazón y de nuevo el adiós de Rosalba y un te amo silencioso, lento, suave, sincero, me llevaron al recuerdo de la historia del celuloide en la que Ingrid Bergman, aquella actriz hermosa de antaño le dice a Humprey Bogard en el último adiós de la película Casa Blanca…”te amo…” .
El adiós de mi Rosalba se fue apagando asì como su armoniosa figura. Se fue desvaneciendo cuando caminaba hacia el crucero que se perfilaba en ese mar ancho y eterno.
Rosalba no entró al barco. Caminó por el sendero de la playa en dirección hacia las profundidades del misterioso océano.
Rompió su voz de cristal adentrándose en el mar con la mano en alto en su despedida y yo me quedé mas solo que nunca con mi carga de suspiros, recuerdos y lágrimas al filo de la oscuridad.
No se la llevò el barco, se la llevò el mar en sus entrañas.

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