FANTASÍAS EN EL CAJÓN
Siempre habíamos sabido que mi abuela guardaba un secreto. No sabíamos lo que era
pero lo que había en el primer cajón era intocable. Así nos lo hizo saber a mi hermana
y a mí desde nuestra mas tierna infancia. No es que fuera severa con nosotros al contra-
rio era una persona agradable y cariñosa, embutida siempre en ropas oscuras que la ha-
cían parecer mayor de lo que era a nuestros ojos de niños. Jugábamos a piratas pensan-
do que el contenido podría ser el mapa de un tesoro. Con los cojines formábamos una
especie de isla y le cogíamos a mí madre una maceta de helechos y la plantábamos en
el centro como si fuera una palmera. Yo hacía de John Silver El Largo uno de mis per-
sonajes favoritos de aquella época y por lo tanto el encargado de esconder el tesoro y
mi hermana dos años menor que yo era la especialista en localizarlo con las pistas que
yo le había dibujado en el supuesto mapa de la abuela.
A pesar de las advertencias hubo algunos intentos por nuestra parte de saber el conteni-
do pero siempre nos pillaban parecía haber un complot en contra nuestra pues lo único
que conseguíamos era una semana de castigo sin ver la televisión y sin salir de nuestro
cuarto. Eso ayudó a que comprendiéramos que aquello no se tocaba pero a la vez está-
bamos mas decididos a saber lo que había dentro. Habíamos formulado una nueva teo-
ría. Creíamos que la abuela había tenido un novio que murió durante la guerra y que lo
que guardaba con tanto celo era una foto suya. Así que cambiamos la isla por trincheras
cogimos los palos de la escoba y el recogedor a modo de armas y formábamos la guerra
en el salón. Por supuesto yo hacía el papel de valiente soldado que protagoniza algunas
gesta importantes antes de caer abatido por el fuego enemigo mientras mi hermana era
la dolorosa novia que contempla la foto después de haber recibido la noticia de su muer-
te. Este juego nos duró unos meses hasta que mi hermana pensó que había otra posibili-
dad. Quizás fueran cartas de nuestro abuelo ya fallecido de cuando estuvo en el servicio
militar en Jaca. Yo me opuse a este juego pero esta vez mi hermana impuso su criterio y
a mí me tocó hacer el papel no deseado de novio. Paseábamos por el salón cogidos del
brazo y manteníamos las supuestas conversaciones que habían mantenido nuestros a-
buelos. Volvimos a cambiar el decorado y esta vez los cojines se convirtieron en una es-
tación de tren donde teníamos una dolorosa despedida. Yo manteniendo el tipo de que
no pasaba nada y mi hermana prometiéndome esperarme los tres años que duraba la mi-
li. Yo me cansé pronto de este juego y para darle a mi hermana otra alternativa le pro-
puse la idea de que quizás fuera un testamento. Acogió la idea con agrado pues su fan-
tasía no parecía tener límites en aquella época. Para ser sinceros ahora tampoco, conti-
núa igual. Este guión nos resultó mas complejo pues no sabíamos que personaje iba a
ser el protagonista. Yo propuse al abuelo pero mi hermana decía que no, que la abuela
ya había estado tres años sola cuando la mili. Así que le colocamos a mi abuelo que era
hijo único un hermano postizo y ya teníamos al tío de América. Ayudados por la bola
del mundo que teníamos en el cuarto elegimos como país Paraguay. Nos sonaba bien
fonéticamente y nos pareció un país exótico amen de que tenía minas de esmeraldas.
Yo haría dos papeles, el del tío trabajando en la mina y el del abogado que lee el tes-
tamento. Mi hermana haría el rol de mi abuela cuando le dan la noticia de que es rica.
Volvimos a coger los cojines y apoyándolos contra la pared simulamos que era la mina
y mientras yo trabajaba sin parar para conseguir mas esmeraldas. Para ello le habíamos
tomado prestado a nuestra madre el barreño de tender la ropa y las piedras con las que
adornaba sus macetas. Cuando creí que ya tenía suficientes empecé a comprar casas y
fincas y como nunca había tenido tiempo de casarme al morirme todo fue para mi her-
mano. Desmontamos la mina y con la mesa baja del salón y con los cojines a modo de
silla procedí a la lectura del testamento. Mi hermana hizo una aparición estelar fruto de
su histrionismo. Ataviada con ropas de mi abuela más parecía una dolorosa que una ri-
ca heredera. Su cara de felicidad fue genuina al comprender el enorme legado que le ha-
bía correspondido, lo vivía como si todo fuera verdadero y no producto de nuestra ima-
binación.
Así pasamos los años de nuestra infancia de juego en juego y de rol en rol siempre a-
compañados por nuestros cojines para montar los escenarios. Ahora al mirar hacia atrás
lo recuerdo con una gran nostalgia pues nuestra abuela sin pretenderlo azuzó nuestra
imaginación de una forma que de otra forma no hubiéramos sido capaces de conseguir.
Ahora venimos los dos agarrados de la mano y tristes por el sepelio de la abuela pero a
la vez compenetrados en nuestras miradas y en nuestros pensamientos. Llegamos a casa
y nos vamos directos al salón. Cómo siempre el sobre estaba en el primer cajón.
MAR GONZÁLEZ ALBERTO
04/11/2008
16 mar 2010
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